Menos de una semana después del estreno, el lanzamiento original de Netflix confirma las sospechas especuladas hace unos días: una serie terrible.
Después de un tiempo fuera del centro de atención, Debby Ryan regresa como protagonista de Insaciable, Patty Bladell, una adolescente gorda que no podía dejar de comer.
Después de un incidente, Patty tiene que responder por asalto, razón por la cual el abogado y preparador de señoritas Bob Armstrong se cruza en su camino. Patty ahora es delgada y, desde el concepto de la serie, hermosa. Ella quiere vengarse de todos los que se han burlado de ella, y Bob necesita recuperarse de una acusación injusta de acoso. Aturdido por la belleza de la niña, ve la oportunidad de unir los dos intereses y le ofrece ser su entrenador.
La producción está repleta de estereotipos sin creatividad: la bella y tonta señorita, la rivalidad familiar perfecta, la esposa superficial, la pasión platónica por el hombre casado, la mejor amiga extraña y lésbica, la japa retrasada, la madre desequilibrada y peor que todos, que es el centro de toda la historia: la chica gorda que perdió peso y se volvió deseada.
No puedo decir mucho más que eso sin dar aún más spoilers, pero una cosa sí puedo decir: en un contexto social tan avanzado, parece que la serie ha llegado al mundo para hacer retroceder la opinión pública sobre el valor humano.
A pesar de los diálogos ocasionales “reflexivos y conmovedores” que aparecen, su tiempo en la pantalla es inútil en comparación con todas las escenas en las que se reafirman paradigmas absurdos.
Si solo quieres reírte, puedes hacerlo, pero teniendo que tragarte una perspectiva un tanto extravagante.
Para aquellos que consideran que la propagación de estos estigmas es inofensiva, mis disculpas, pero aquí, se entiende que un medio lleno de ostracismo no es adecuado para una audiencia diversa por naturaleza.
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